jueves, 9 de julio de 2009

SAN JAVIER


Entre la frondosa vegetación se descubre una cortina de agua
Los cultivos, las casas, los árboles y las montañas parecen una maqueta. Los autos se mueven lentamente como hormigas por pequeños senderos que, en realidad, son las calles y las avenidas. Desde las alturas de San Javier, todo es diminuto, hasta los ingenios y las fábricas. Al mediodía, el sol se muestra tibio, casi como a fuego lento. El silencio es envolvente, la vista panorámica de la ciudad y los cantos de los pájaros armonizan un arquetipo ideal para alejarse del bullicio urbano. En el césped, muy cerca del Cristo Bendicente, hay jóvenes cosechando besos, algunos turistas examinan las artesanías de cerámica con ojos de coleccionistas, otros comparten un mate a la sombra de los eucaliptos y unos cuantos pasean a caballo por una senda empedrada, al costado de la ruta. Pasar el día en el cerro San Javier tiene opciones para todas las edades. Desde Loma Bola, salen pájaros gigantes montados en parapente. Los intrépidos de alas enormes saltan entre las 11 y las 16. "Esto es lo mejor, es cumplir el sueño del hombre... de volar", comentó orgulloso Carlos Kacharosky, antes de realizar su tercer salto en parapente.A cinco minutos del Cristo está el sendero de la cascada. Es un trayecto pedregoso de 550 metros, bien señalizado (imposible de perderse). Al final de una caminata en medio del verde de la selva puede descubrirse una larga cortina de agua, que en su caída canta una melodía perfecta para la relajación. Los fines de semana es posible encontrarse con turistas que disparan sus cámaras de fotos en cada paso. Algunos visitantes practican yoga. "Hay muchas mariposas y el río es de agua muy clara", resaltó Sebastián Saá. El joven ecuatoriano recorría el sendero en compañía de dos amigas alemanas (Jenny Hübner y Karoline Jahn). Después del almuerzo, mientras los pobladores duermen la sagrada siesta, aparecen los entusiastas fanáticos del trekking, que salen a trotar, a veces por el pavimento de la ruta, y otras, por los senderos enripiados. De vez en cuando, a lo lejos, se oye el rugir de las motos enduro que dibujan nuevos caminos del ancho de una zapatilla. También es posible cruzarse con los expertos en carreras de aventura, que circundan los terrenos en bibicletas de competencia. Con vestimentas y cascos coloridos, los bikers pedalean en grupo. Ramiro del Llanos dice que en una hora suele subir en bicicleta desde la rotonda de Yerba Buena. En cambio, en auto en apenas 25 minutos se llega a la cima del cerro.

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